Hay féretros que los carga el diablo y muertos enterrados personalmente por él. Eso cuando no se encarga de todo la familia Franco: de cargar el féretro y enterrarlo en otro lugar, lejos del monumento construido por el dictador para su propia gloria. De la basílica de Valle de los Caídos, con una pompa y un silencio impropios, retransmitido en directo con trazas de funeral de Estado, salieron los primeros Francis Franco y Luis Alfonso de Borbón sosteniendo el ataúd, los dos como perfecta descripción del nacionalcatolismo: páginas de Sucesos y páginas de Sociedad, como si a Franco lo sacasen entre El Caso y el Hola. No hubo escandaloso tropezón, ni debilitamientos repentinos, ni inoportuna torpeza; como si el Estado, con su mirar para otro lado respecto al origen de sus fortunas y sus generosas dádivas, hubiera fortalecido a los Franco para que, llegado el día, pudiesen sacar ligeros al dictador. De algo valió. Y no es mala profesión, en caso de querer una, la de portadores de dictadores muertos. Casi parece el nombre de una banda de rock.Seguir leyendo.
Via: El penúltimo suspiro del dictador Franco
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