Dos filósofos confinados conversan sobre la libertad. Es un debate tan antiguo que podría arder en un pebetero griego con restos de pez. Pero hablamos por videoconferencia y sus rostros se acercan a la luz tenue de la pantalla para subrayar algunas frases. Sonríen y se replican, invocan las palabras a tiempo, las exactas, para iluminarnos en esta situación excepcional por la pandemia de tan alto coste y en la que hay vidas en peligro. Todo lo superfluo ha desaparecido. ¿Está en peligro nuestra libertad? Eso no es superfluo. Es la médula del pensamiento y la política humanos, frente al ordenador como junto a una hoguera de hace 2.500 años. Esta conversación es un viaje, que vincula libertad a otras ideas elementales: mortalidad, amistad, esperanza, miedo. Difícil resumirla. Lo intentamos. Gomá muestra, para empezar, desencanto con la ciencia, «que nos hacía creer que nos íbamos a convertir en una especie mejorada, perfecta, que iba a superar el envejecimiento y quizá la muerte». Ya salió el término. Albiac interviene: «Lo que define la condición humana es la precariedad, el ser en el tiempo, la percepción única no solo de morir, sino saber que se muere». Para Gomá, «la mortalidad hace brotar los bienes que hacen la vida digna de ser vivida: el arte, la filosofía, la solidaridad, la amistad, qué es el amor sino la pasión por algo que se nos irá de las manos…» —¿Es que hay que hablar de la muerte para preguntarse por la libertad? —(Albiac) Son la misma cosa. Sólo un ser precario se plantea la libertad. Un ser infinito, un dios, no la plantea como problema. El hombre se interroga en ese momento, se planta y puede decir algo tan sencillo como: No. —(Gomá) Hasta el romanticismo la libertad se predicaba de los pueblos, pero entonces se constituyó en elemento inherente de la individualidad. La descubrimos como una autoconciencia del propio yo, como ser libre, capaz de crear. Y el arquetipo del creador es el genio, que vive en la libertad permanente. El inconveniente es que ahora España está constituida por 46 millones de genios. La conciencia masificada y vulgarizada que el individuo tiene de sí mismo y con rasgos geniales no admite límites. —(A) Pero para que haya libertad es necesario que nos encontremos con seres finitos que tengan que elegir entre diferentes opciones. Seres precarios que hagan su grandeza de esa precariedad, que no son para nada infinitos y eso les acarrea responsabilidades irreversibles. Existir en el tiempo impone una responsabilidad que no tiene solución. Lo que hacemos queda irreparable. Lo que podamos corregir nos coloca en plano nuevo pero no borrará nada. —El Estado pide entregar parte de su libertad a esos 46 millones de geniecillos por una emergencia sanitaria. —(G) Tocqueville dijo que la democracia hace ciudadanos independientes pero débiles. Si se sienten débiles pueden tener anhelo de autoridad. La pandemia genera mecanismos legales de una gran concentración de poder en el Ejecutivo, se diluye en cierto grado la separación de poderes, esto se parece a un estado autoritario. Pero con una gran diferencia, aquí se ha hecho conforme a un procedimiento y una Constitución y se establece de manera limitada, pero hay que permanecer vigilantes. Destacaría que 46 millones de españoles acepten el encierro y la ruina de sus negocios para proteger a sus ancianos. —(A) Es necesario tener en cuenta para la preservación de la libertad la tentación totalitaria que existe en el Estado moderno desde su nacimiento. Y la gran lección del siglo XX es que en un momento de crisis la tentación de erigir al Estado en una autoridad y en una legitimidad moral absoluta es el vehículo para lo peor. Para salvar a la ciudadanía y acceder a una mejora absoluta de todo, ¿qué coste es exterminar a una parte de la población? Es ridículo. Lo pensaban los bolcheviques estalinianos, o los nazis hitlerianos, que tras ese baño de sangre iba a venir la raza superior, la culminación o la sociedad perfecta, el mundo angelical que había descrito Savonarola en el Renacimiento. —¿Ven riesgo de totalitarismo ahora mismo en España? —(A) El riesgo de censura lo veo altísimo. Sartre y Camus escribieron tras la guerra que «nunca fuimos tan libres como bajo la ocupación». Estamos todos aterrorizados ante algo que nos desborda y por eso es el momento de decirnos que nunca hemos tenido más empeño en ser libres que ahora. —(G) No soy partidario de la teoría de la conspiración sino de la chapuza. La chapuza explica muchísimas cosas en el mundo y hace inviable la teoría de la conspiración. Lo que se explica por la estupidez no necesita otra hipótesis. —¿Incluiría en la chapuza las preguntas del CIS de Tezanos? —Sí. Hay estupideces que otros pueden utilizar para sus propios intereses. La improvisación y la adulación de los poderosos pueden poner en marcha iniciativas que luego un partido aproveche. —(A) Hay que salvaguardar la autodeterminación ciudadana. Me resulta secundario si la decisión del Gobierno de Sánchez de censurar a la prensa y la observación absolutamente obscena del señor Tezanos han sido un acto de perversidad rebuscada o de prístina estupidez, que es lo más probable. Lo único fundamental es que todo ciudadano que trate de serlo de modo decente tiene que decir no, por ahí no, bajo ningún concepto. ¡Por encima de mi cabeza! —Hay quien quiere dar un vuelco hacia un modelo en el que prime el colectivismo ¿Ven algún peligro en ello? —(G) En occidente la modernidad creó el individualismo y el colectivismo después de descubrir la verdad, belleza y justicia de la subjetividad. El colectivismo occidental es perverso porque es post-subjetivo y lo que se sacrifica en el altar de la colectividad es mucho más valioso. Recordemos lo que dice Carl Schmitt: soberano es el que declara el estado de excepción. ¿Y quién decide hoy? Indudablemente, el Ejecutivo, así que tenemos que aceptar que el Ejecutivo hoy es soberano con una limitación decorativa. Es una concentración de poder excepcional para una situación…
Via: «Ante la censura, lo fundamental es que todo ciudadano decente tiene que decir no, por ahí no»
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