Andrés Pérez se estrenó como ayudante de camarero en el Alfonso XIII cuando Volkswagen todavía vendía coches a 80.000 pesetas. «Entonces servíamos mucho vino fino y oloroso a los clientes, que eran todos habituales. Ahora tengo una carta con cien referencias de ginebra y saludo mucho más en inglés que en español», cuenta, tras 29 años atendiendo a los huéspedes del hotel más prestigioso de Sevilla. Durante este tiempo ha visto pasar a monarcas y jefes de estado de medio mundo. Recuerda con especial cariño a Doña María de las Mercedes, la madre del Rey emérito, que solía cenar consomé «gelée» con la marquesa de Cáceres. De Raphael dice que era «educadísimo y muy cercano» y de Bibi Andersen —que todavía usaba su nombre artístico— le sorprendió la altura y la exuberancia. «La Expo nos abrió al mundo y cambió la manera de hacer turismo. Para mí fue, además, una bendición, porque gracias a la Expo me hicieron un contrato fijo en la casa y hasta hoy», explica este camarero, que aprendió el oficio junto a su padre. Hace veinticinco años la ciudad vivió la mayor expansión turística que se recuerda, una auténtica explosión con la llegada masiva de visitantes y la multiplicación de la planta hotelera, que antes del evento se parecía más a la de un pueblo grande que a la de una capital de autonomía —pasó de 7.000 a 18.000 camas en apenas un lustro—. Los profesionales del sector tuvieron que asumir aquella transformación rápida, que los obligó pronunciar las primeras palabras en inglés y familiarizarse con el ordenador. Hoy se enfrentan a un reto parecido. Internet ha cambiado por completo la dinámica, ha creado un catálogo completo de puestos de trabajo y ha terminado con otros tantos. Andrés Pérez, camarero del Alfonso XIII – RAÚL DOBLADO «Hay quien te reserva desde la puerta misma porque acaba de ver una oferta en un buscador. Eso ha cambiado por completo la relación que tenemos con los huéspedes e incluso a los propios huéspedes», reconoce Andrés Pérez, que fue testigo de aquel primer desafío. Cuenta que «antes de la Expo 92 todos los que se alojaban con nosotros eran del entorno. Venían muchos bodegueros de Jerez y había que estar atento para servir a cada uno su vino, porque equivocarte podía ser un problema». También reconoce que «se notó mucho el AVE». «Veíamos a las señoras que entraban para tomar café y se iban todas a la vez. Sabíamos enseguida que eran de fuera por el aspecto y por las propinas», sonríe al rememorarlo. Lleno cada día Para otros el tren de alta velocidad generó más miedo que ilusión. Lo recuerda Carmen Núñez, gerente de ventas de la cadena Ayre Hoteles, a la que pertenece el antiguo Occidental. «Llegamos a pensar que la gente iría y volvería sin hacer noche ¡qué inocentes! —dice— Vinieron muchos más, llenábamos cada día». Este fue uno de los establecimientos que se construyó para la gran muestra universal y en el que todavía hoy continúan 34 integrantes de aquel equipo, casi un tercio de la plantilla actual. Lo explica María José Cupido, que llegó desde Ciudad Real con apenas 23 años para encargarse de los teléfonos. «Sabíamos que esto iba a ser una revolución, pero no imaginamos hasta qué punto», explica. «Dormíamos muy poco, íbamos aprendiendo sobre la marcha y solucionando problemas sin que llegaran al cliente. Éramos un equipo muy joven, pero muy cohesionado, eso lo consiguió Arturo Serra, que fue nuestro director durante veinte años». Su compañero Federico Ferrari asiente. Hoy es segundo jefe de recepción, aunque empezó como conserje y apostado en la entrada le estrechó la mano a artistas, jefes de estado, grandes empresarios y turistas extranjeros. Muchos turistas extranjeros. «Antes apenas venían de fuera, pero empezaron a llegar de todos los sitios. Me sorprendieron los asiáticos, que entonces sólo eran japoneses. Hoy ya son los menos, tenemos muchos más chinos y coreanos», cuenta. «Debimos hacer las cosas bien durante la Expo, porque luego acogimos acontecimientos muy importantes y actos de todos los partidos políticos», añade Carmen Núñez. También recuerda otro de los grandes eventos que fue la boda de la infanta Elena poco después de abrir. «Ya para entonces éramos muy conocidos y ofrecíamos excursiones y todo tipo de servicios a los clientes», asegura. María José Cupido, Federico Ferrari y Carmen Núñez, en el hotel Ayre de Sevilla – RAÚL DOBLADO Sobre el terreno Pero si hubo un hotel en Sevilla vinculado a la Expo 92 fue el Barceló Renacimiento, que se inauguró aquel año como Príncipe de Asturias bajo la gestión de la cadena americana Radisson. Elena Moros ya estaba en plantilla cuando los tres cilindros aún eran un enorme agujero en el suelo. Hoy continúa siendo la responsable de Recursos Humanos para el alojamiento de la Cartuja y para todos los del grupo en Andalucía. «Trabajaba en el departamento de administración de la empresa que lo construyó y me propusieron quedarme en el hotel», explica. Ya desde entonces «la formación ha sido una constante». «Nos tuvimos que adaptar a aquel reto con un equipo muy joven y todo era una carrera a contrarreloj», recuerda. Los últimos retoques se dieron casi a la par de la inauguración «y nos esforzamos en dar el mejor servicio». Empleados del Hotel Barceló Renacimiento – MJ LÓPEZ OLMEDO Yolanda Moreno se estrenaba también en el sector hotelero, con un puesto en la secretaría de dirección. Ahora es responsable de ventas on line y es testigo de la gran revolución que ha supuesto la irrupción de internet. «Este hotel se concibió para congresos y reuniones. Muchos pensaron que tras la Expo cerraríamos, pero nos hemos reinventado», señala. «Ahora nos demandan experiencias, atención personalizada y es vital la opinión de los clientes» dice esta profesional, que encaja con optimismo los nuevos retos. «Ese es el camino», la interrumpe Ana Carrasco, directora comercial de Barceló, que vivió aquellos meses de la exposición universal en los hoteles Meliá. Desde allí dio el salto. Hoy casi una…
Via: Las vivencias de los supervivientes de la Expo'92 en los hoteles de Sevilla

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