España, país curioso. A personas de enorme valía se les hace el vacío, o se las despedaza, mientras que otras de categoría peso pluma se ven ensalzadas más allá de su manifiesto umbral de competencia. Miquel Iceta i Llorens, un apparatchik del PSC que plantó la carrera de Químicas en primero, un tipo que en sus 57 años de vida no ha dado palo al agua fuera de la política, supone un perfecto ejemplo del segundo grupo: su prestigio actual es inversamente proporcional a sus méritos. Iceta es un personaje amable, al menos en apariencia. También posee cierta astucia, la necesaria para sobrevivir a las perrerías orgánicas internas (los partidos son uno de los mayores aglutinadores de maldad humana). Incluso puede resultar simpático, en especial cuando le entra el ritmo y se lanza a menear su pícnica figurilla al son de alguna tonada arrebatada de Freddie Mercury. Por último, entiendo que para muchos es un valiente defensor de los derechos civiles, por su temprana salida del armario en 1999. Pero creer que Iceta supondrá una solución contra la crecida independentista es como colocar al Chapo Guzmán al frente de la DEA. Simple y llanamente, Iceta es nacionalista, aunque no sea separatista. A Tony Blair se le pueden criticar cosas, en especial su cutre-culto al becerro de oro, pero nadie le niega su inteligencia política y su profundo conocimiento sobre cómo ganar una liza ideológica. El viejo zorro advierte a los laboristas que nunca podrán competir en Escocia jugando a ser un poquito nacionalistas. Al revés, les recuerda que el único modo de enfrentarse a los separatistas es con una oferta antagónica; inclusiva, solidaria y diferenciada. Ruth Davidson, la joven líder conservadora en Escocia, se anotó el consejo y batiéndose a cara de perro contra Strurgeon ha puesto en órbita al Partido Conservador, que nunca había rascado pelota allí. Mientras tanto, los laboristas escoceses se hunden por pastelear con el nacionalismo, al estilo PSC. Iceta propone que se condone la deuda catalana, fruto de la mala cabeza de sus gobernantes, agraviando así a regiones que se ha esforzado por cuadrar sus cuentas, como Galicia. Reclama una Hacienda Catalana, que recaude todos los impuestos, y un trato VIP y diferenciado para Cataluña, que va contra la igualdad constitucional de todos los españoles (y que está en las antípodas de la solidaridad que en teoría preconiza la izquierda). Iceta casi gimoteaba para que no se aplicase el 155. Horas antes de su entrada en vigor imploraba evitar ese «desastre». Iceta calificó de «desproporcionadas» las detenciones de los actores golpistas y lamentó en un artículo en el NYT las «desmedidas cargas policiales» del 1-O. En lugar de aprovechar el punto de inflexión del 155 para aproximar Cataluña a España, propone todo lo contrario: seguir ahondado en la desconexión y el extrañamiento. Votar a Iceta, de profesión su escaño, es como votar a la CiU de hace ocho años. Nacionalismo de careta amable. George Best al frente de Alcohólicos Anónimos.
Via: ¿Iceta? Otro nacionalista

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