Sintecho, indigentes, mendigos, personas sin hogar… Esos son algunos de los términos que a menudo se usan para designar a los que simple y llanamente terminan en la calle durmiendo a la intemperie, en la vía pública, tiendas de campaña, cajeros, portales, furgonetas, parques y estaciones de tren o autobuses. Según un conteo realizado por el Ayuntamiento de Sevilla, en la ciudad había en el año 2016 un total de 444 personas en esa situación. Detrás de cada uno de ellos hay una historia que merece ser contada y que explica cómo han acabado en la calle, algunos de ellos después de haber tenido una vida estructurada y con más de 20 años cotizados a la Seguridad Social. Pocos vuelven a tener una vida normalizada. Es el caso de Presentación y Jorge, que después de vivir en la calle y pedir en las iglesias han terminado ayudando como voluntarios de Cruz Roja para repartir mantas, café o caldo a quienes pernoctan en las calles de Sevilla.. Antonio Escobar Aguilar lleva quince años durmiendo en cajeros cuando no tiene plaza en el albergue municipal – M. J. P. «Cuando reúne 24 euros me voy a dormir a una pensión a la Puerta Osario» Antonio Escobar Aguilar nació en Fuentes de Andalucía (Sevilla) hace 71 años. Hoy no tiene familia en ese pueblo del valle del Guadalquivir, donde vivía con su madre en un piso de alquiler y donde trabajó más de once años en el campo recogiendo aceituna, maíz o algodón. «Vivíamos de la pensión de mi madre y cuando ella murió me vine abajo. Decidí probar suerte en Sevilla y me vine a la deriva. No encontraba trabajo y recogí chatarra pero no era suficiente, así que empecé a ir al comedor del Pumarejo», cuenta Antonio mientras te mira con sus penetrantes ojos azules, su gorro de lana calado hasta las orejas y envuelto en una manta gris que le ha dado Cáritas para evitar un viento que corta la respiración en una avenida en la que riadas de personas pasan junto a su lado para ir a Nervión Plaza y algunas veces depositan algunas monedas en la caja de cartón que tiene a su vera. Duerme Antonio en cajeros automáticos y no teme a que le puedan hacer daño, como les ha ocurrido a otras personas sin hogar. «¿Miedo? ¿A qué? La gente es correcta, nunca me ha hecho daño. Duermo en la calle porque no tengo otro remedio. He pedido plaza en residencias públicas pero me dicen que tengo que pagar. He pedido una pensión mínima no contributiva en la Seguridad Social hace once meses y aún no me han contestado. Cuando hay camas duermo en el albergue municipal pero no me dejan estar más de tres día. Allí guardo algunas cosas personales». «Yo no bebo ni me drogo. Mi único lujo es fumar un paquete de tabaco diario. Hay quien dice que los sintecho estamos en la calle porque queremos, pues yo le pregunto a esas personas que si esto eso es tan bueno, ¿por qué no se quedan ellos a dormir en la calle? Yo duermo al raso porque no tengo más remedio. Cuando recaudo 24 euros me permito el lujo de pasar la noche en una pensión de la Puerta Osario», confiesa Antonio, perfectamente aseado, quien recuerda que una vez un señor anónimo le dio 3.000 euros hace dos años y eso le permitió vivir muchos meses en una pensión y no tener que mendigar. Junto a él tiene una bolsa con numerosos medicamentos para la úlcera que sufre dsede hace años y para la neumonía que le llevó recientemente 17 días al hospital Virgen Macarena, centro al que llegó en ambulancia. Su centro de salud está en el Alamillo porque está censado en el albergue municipal que hay en la calle Perafán de Rivera. «A pesar de la vida que me ha tocado vivir no he perdido la fe en Dios aunque no dejo de preguntarme muchas veces: ¿por qué a mí?. Me he encontrado a gente de Fuentes de Andalucía que les ha ido mejor que a mí y también peor. De hecho, un matrimonio del pueblo también ha terminado durmiendo en la calle porque le desahuciaron por no pagar la vivienda y la que la Junta de Andalucía le retiró los niños por no tener medios para mantenerlos». Dolores, gitana de 34 años, que lleva viviendo en la calle desde hace varias semanas – M. J..P. «En sólo tres años mi vida se me ha ido de las manos. Necesito ayuda» Dolores -nombre ficticio para preservar su anonimato- tiene 34 años y es una mujer bella pero ajada por el consumo de drogas. Desde hace pocas semanas duerme en una céntrica plaza sevillana junto a otros indigentes. A Sevilla llegó en 2013 con su hijo huyendo de los malos tratos de su pareja, de etnia gitana, al igual que ella. «Tengo para escribir un libro», advierte a la periodista mientras comienza a destejer su vida. «Vengo de una familia desestructurada. Desde niña he vivido un infierno en mi casa. Mi padre maltrataba a mi madre, a mis tres hermanos y a mí. Mis padres entraron en la cárcel condenados por venta de estupefacientes. Yo me crié con las monjas y con ellas estudié EGB», explica esta gitana. El primer tropiezo de Dolores con la justicia llegó a los 17 años. «Era una porreta. Fui una niñatada. Robé una cadena de oro y un móvil. Entré en la cárcel con 23 años y salí con 27. Me rejunté con un gitano que me maltrataba y al final tuve que salir huyendo con nuestro hijo a Sevilla, donde vivía mi madre. Hace tres años comencé a tomar cocaína base en pipa y a los seis meses empecé a prostituirme», cuenta Dolores, quien cada día usa el comedor social de las Hijas de la Caridad, a escasos metros de la plaza donde duerme y donde tiene sus pertenencias guardadas en varias bolsas. Hace dos meses…
Via: «No bebo ni me drogo. Duermo en la calle porque no tengo más remedio»

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