Es esta la era de las mujeres. Quien se resista será aplastado por la evidencia. Desde una perspectiva reaccionaria, las que vivimos en países no violentos solo debiéramos alzar la voz por aquellas que son ultrajadas en tierras pobres o de conflicto, dado que se supone que ya gozamos de nuestros derechos. El qué más queréis si no tenéis que llevar velo, el qué más queréis si no os tapamos la cabeza, si no anulamos vuestra voluntad, el qué más queréis. Eso vendría a ser como decirle a un obrero de un país europeo que sea consciente de su privilegio: si aquí está explotado, en otros lugares sería un paria. O estaría muerto. ¿Qué más queremos? Yo me lo pregunto muchas veces, ¿qué más quiero? Escucho sobre todo las voces de las mujeres jóvenes, ellas son las que han acelerado el curso de los tiempos. No están dispuestas a que su sexo sea parte del trato tácito en caso alguno, ni en el intercambio de obligaciones laborales, ni en la forma en la que son consideradas. Yo me pongo en su piel porque es la mía, la mía de cuando tenía 19 años, tan tierna y tan expuesta a comentarios o situaciones abusivas que no sabía cómo encajar. Ni a quién quejarme. Ni tan siquiera si tenía derecho a la queja. Así que soy de una generación en la que ganarse un espacio de respeto ha significado abrirse paso a codazos, pero siempre con un formidable espíritu de resiliencia que nos hacía superar los malos ratos. Eso nos ha hecho sin duda más fuertes, y cuando traspasamos la barrera de los cincuenta poseemos un descaro, un desparpajo en despachar con un corte seco ciertos tonos de condescendencia o infravaloración. A las mujeres de mi edad es más difícil que se nos calle. Por eso, a menudo, prestamos nuestra voz a las que están empezando. Pero sí padecemos un silencio concreto. Un silencio que no está presente en el debate. Algo que callamos y no compartimos con nadie. A ese silencio al que nos obliga la educación en la que crecimos dedica su libro, Sin reglas, la escritora y profesora Anna Freixas. Sin reglas, sin regla, esas mujeres de 50 a 80 años, una amplísima franja de edad, en la que por una imposición social, de la que a veces no somos conscientes, no hablamos jamás de nuestros deseos sexuales. Y eso teniendo en cuenta que las mujeres más jóvenes de este arco que recorre treinta años rompimos moldes y vivimos la sexualidad aliviándola de los prejuicios que nuestras madres recibieron y que a su vez nos quisieron imponer.Seguir leyendo.
Via: De qué no hablan las mujeres
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