Durante las últimas décadas, la ciudad de Barcelona solo ha padecido una amenaza, la de caer en el delirio de creerse Barcelona. Del mismo modo, una de las calles más asombrosas del mundo, La Rambla, a ratos parecía víctima de similar delirio de grandeza: creerse La Rambla. Para los buscadores de la autenticidad, la autenticidad siempre se ha perdido. Bastaba salirse del eje que baja desde el parque Güell hasta la estatua de Colón para paladear, y pedalear, allá donde remitía algo el turismo, una Barcelona real, asequible y de pasiones menores. El triunfo de la ciudad franquicia es lo que tiene, una cota de renuncia, de exilio interior, pero en los barrios menos publicitados de Barcelona persiste la ciudad maravillosa ajena al delirio de grandeza de creerse Barcelona.Seguir leyendo.
Via: Ciudad nuestra
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