Después de que ETA tildase de «trabajo» su sanguinario historial criminal, los cooperadores necesarios de su coartada, los cómplices de esa mezquina estrategia para que sesenta años de muerte acaben en empate con la democracia, y los alentadores de la inmunidad han movido ficha en Navarra. Disecada la serpiente que voluntariamente dejó de destrozar a la sociedad española, sus herederos «políticos» –maldita perversión del lenguaje– tienen libre la vía de la legitimidad para imponer su soniquete del autogobierno, el derecho a decidir, la autodeterminación y la independencia sin pagar siquiera las costas de este sufrimiento humillante para las víctimas. Sin armas todo es legítimo, parece invocarse con ese eterno tufo anexionista en el que Navarra aparece siempre en el ideario nacionalista como una extensión del País Vasco. De nuevo, el independentismo como reclamo electoral, como negocio y como chantaje porque una democracia debe soportarlo todo. Y Cataluña, como modelo. Sin embargo, el PNV es infinitamente más pragmático que Bildu, Nafarroa Bai o la marca navarra de Podemos. Siempre se mimetizó a conveniencia para alargar o acortar el paso hacia una autodeterminación imposible. Modula sus mensajes, ofreciendo uno en el Parlamento vasco, otro en el Congreso y otro distinto en los batzokis. Es la marca de la casa Urkullu. Ahora forzará la maquinaria para ocupar ese hueco electoral que la herencia proetarra no ha sabido rentabilizar en los últimos años, en la creencia de que el adiós a las bombas les llenaría de escaños. Pero en el fondo, la amenaza de ese nacionalismo «soft», ese que está socialmente aceptado, no es inofensivo. Su amenaza persistirá. No solo porque forma parte de su ADN político. Y no solo porque genera rédito electoral con el efecto contagio de lo ocurrido en Cataluña. También porque el nacionalismo, como proyecto político, es un negocio en sí mismo que en España sigue garantizando plusvalías a quienes se aferran a él. Navarra se va a convertir en el escenario de un chantaje al Estado con una falsa apariencia de legitimidad para seguir mordiendo a España y socavando su estructura territorial. Navarra será el emblema de una nueva exposición del independentismo, con una galería de extremistas desafiando a una democracia que percibe a PP y PSOE en estado catatónico. La trampa está tendida bajo el falsario argumento de que, sin pistolas, ni secuestros, ni coches-bomba, todo es «diálogo» y «normalización». Y a base de repetirlo se formalizará otro chantaje al Estado desde las instituciones. Cuestión de tiempo.
Via: Chantaje en Navarra

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