Cuenta la leyenda que una vez un reportero le preguntó al general Curtis LeMay acerca del porqué EE.UU. necesitaba más misiles nucleares cuando ya tenía suficiente poder masivo para reducir a la URSS a cenizas, a lo que el renombrado militar nortemericano respondió: «Porque quiero ver a las cenizas bailar». Así era este oficial de la Fuerza Aérea del Ejército de los Estados Unidos, alguien convencido de la necesidad de sus actos, beligerante por naturaleza, llamado «brutal» por alguno de sus correlegionarios. Adalid de un militarismo eficiente, cual fiel prosélito del «maquiavelismo» creía en la supeditación de los medios precisos para la consecución de un fin imperioso e inexcusable. «Yo quiero saber quién es el hijo de puta que tomó este magnífico avión diseñado para bombardar desde 7000 metros -haciendo referencia al bombardero B-29- y lo bajó y perdí a mi piloto de flanco», se quejó un capitán al regresar del primer ataque ardiente sobre Tokio en marzo del 45. El temperamento de LeMay, quien no aceptaba crítica alguna, queda de manifiesto en su respuesta (en palabras de McNamara): «¿Por qué estamos aquí? ¿Por qué? Usted perdió un hombre. Me duele tanto como a usted, yo lo mandé allá. Y yo he ido, sé cómo es. Pero usted perdió un piloto de flanco y nosotros destruimos Tokio». Robert McNamara – ABC En el célebre documental «The Fog of War» (Errol Morris, 2003), Robert McNamara comenta que algo que no ha conseguido la humanidad es establecer unas reglas éticas para la guerra. El que fuera Secretario de Defensa estadounidense desde 1961 hasta 1968, durante la Guerra de Vietnam, considera que para LeMay lo inmoral no era matar 100.000 personas en una noche lanzando bombas incendiarias sobre la capital de Japón, lo realmente imprudente era no hacerlo y perder miles de soldados norteamericanos en la batalla. Y es que el carácter de LeMay, que destacaba por su frialdad, es una gran aproximación a la aplicación de la racionalidad a un propósito irracional. «A LeMay solo le importaba una cosa: la destrucción de los objetivos. (…) Él era el único de los oficiales superiores de la Fuerza Aérea que se concentraba en pérdidas de tripulaciones por blanco destruido», declara McNamara. De su notoria, y a la vez cruenta, capacidad de previsión y eficaz innovación puede dar fe el Japón devastado durante 1945 -a un paso estuvo de hacerlo también la humanidad con la Crisis de los misiles de Cuba-. Una anécdota relatada por Jesús Hernández en su libro «Hechos insólitos de la Segunda Guerra Mundial» (Roca Editorial, 2018) cuenta que durante los terribles bombardeos sufridos por las urbes del país nipón en el colofón del conflicto, el disco más escuchado del momento era aquel en el que estaba grabado el sonido de los bombarderos estadounidenses B-29 Superfortress . «Cuando los que iban a ser víctimas del ataque escuchaban en la lejanía el peculiar ruido que antes habían oído en el disco, sabían que tenían unos pocos minutos para intentar buscar un refugio, al tener la seguridad de que en breve la ciudad iba a convertirse en un infierno», narra el autor. No obstante, con este ínclito belicista es más que evidente aquello de que la historia la escriben los vencedores. Entre otras condecoraciones, recibió la Medalla del Aire con tres Hojas de Roble, por su valor en combate, así como la Medalla por Acciones Humanitarias o la Medalla del Servicio de Defensa Nacional. El reconocimiento le llegó también del exterior, Japón incluido, a pesar de la gran cantidad de víctimas que su estrategia provocó en el «país del sol naciente». Fue promovido por distintas universidades como Doctor «Honoris Causa», inclusive. Al fin y al cabo, el peso de sus acciones no fue suficiente en una balanza decantada por la victoria del «Bien» sobre el «Mal» en la madre de todas las guerras, pero las consecuencias de las mismas han quedado para la historia. El mismo Curtis LeMay dijo: «Supongo que si hubiésemos perdido, habría sido juzgado como un criminal de guerra». «Bombardero Harris del Pacífico» Curtis LeMay – CC Para ganarse este apelativo, LeMay tuvo primero que demostrar su valía en Europa. El ejército de los Estados Unidos descubrió que el 20% de los aviones que despegaban de Inglaterra para realizar incursiones en cielo alemán regresaban sin haber llegado a su objetivo debido al alto porcentaje de pilotos caídos. Pero, al ser su unidad desplazada a las islas británicas a finales de 1942, LeMay acabó con los abortos de un plumazo. Según McNamara, «el mejor comandante de combate que conocí en la guerra» recibió el informe de abandonos y dijo con firmeza: «Yo iré en el primer avión de cada misión. Todos mis aviones pasarán sobre el blanco o la tripulación será juzgada». Una vez pasó al teatro del Pacífico, LeMay y su temperamento irreductible contaron con el inestimable apoyo del nuevo «juguete» de la Fuerza Aérea, el B-29 Superfortress . Frente a los B-17 y los B-24 desplegados en el viejo continente, las Superfortalezas eran capaces de volar a mayor altura por lo que no estaban sujetas al fuego antiaéreo ni a los cazas enemigos. Sin embargo, la precisión era menor. «Si matas suficientes van a dejar de pelear» Así las cosas, otra vez LeMay, quien ya avistase la mayor efectividad de trasladar la base de operaciones a las Marianas para colocar a Japón a tiro, dio con la tecla. Bajó los B-29 a 1500 metros y los cargó con bombas incendiarias de napalm AN-M47 y AN-M69, además de virar la estrategia hacia la ofensiva nocturna y no diurna. La noche del 9 de marzo de 1945 es considerada una de las más sangientas del conflicto al sobrevolar Tokio 334 bombarderos B-29 que arrasaron 135 km2 de la metrópoli y acabaron con la vida de alrededor de 100.000 civiles. No obstante, no fue más que el comienzo. La campaña de bombardeos intensivos se prolongó hasta que los artefactos atómicos «Little Boy» y «Fat Man» cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki en el mes…
Via: El «pirómano» de EE.UU. que quiso bombardear Japón «hasta las cenizas» en la Segunda Guerra Mundial
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