“¿Refugiados?. Eso era antes, ahora ya no. Bueno, a veces se ve gente caminando, pero puede que no sean refugiados”. Barbara Auer regenta una típica casa de comidas al pie de la frontera invisible que divide Baviera de la vecina Austria. Aquí, un mensaje de móvil que anuncia el cambio operador es apenas la única evidencia de que se acaba un país y empieza otro. “En esta zona vivimos bien, no hay grandes problemas”, explica la posadera. A su alrededor, un inmenso bosque, con un río y un carril bici que nutre de cicloturistas la casa de comidas.Seguir leyendo.
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