Sin intermedio hemos pasado del gobierno bonito a la política fea. Al Gobierno Sánchez le surgen conflictos por todas partes. La inmigración, con aquel prólogo tan lindo del Aquarius, se ha convertido en una oleada de embarcaciones de todo tipo, intentando llegar a España, imán de cuantos huyen del infierno de sus países, con asaltos paramilitares a la valla de Ceuta que desbordan todas las previsiones de defensa, acogida y distribución. Hoy, el 38 por ciento de la inmigración a Europa entra por España, y la cosa va a más. La realpolitik se funda en hechos, no en estética. Si presumes de país de acogida tienes que aceptar a cuantos quieren acogerse. Algo parecido ocurre con los taxistas. Para la izquierda, ser dueño de un taxi te convierte en capitalista. Sin darse cuenta de que la mayoría han invertido sus ahorros y la indemnización por despido de donde trabajaban en medio para subsistir, mientras la izquierda daba licencias de transporte urbano a voleo para hacer una competencia desleal a los taxis, con más cargas fiscales. Algo que los taxistas no aceptan por irles en ello el sustento de sus familias. Y ahí tienen a Barcelona paralizada, a Madrid y otras ciudades uniéndosele, sin verse solución a un conflicto laboral entre dos tipos de trabajadores. Y lo gordo es que los gobiernos de izquierda favorecen a los ventajistas. Pero el mayor ataque le llega a Sánchez por haber admitido que el conflicto catalán es político. A lo que Puigdemont le responde: «¿Ah, sí? Pues entonces vamos a resolverlo políticamente. Tú me das el derecho a decidir y yo te mantengo. Si no, te dejo caer». La primera andanada le ha llegado no apoyando su presupuesto de 2019. ¿Qué se creía Pedro Sánchez, que quienes le ayudaron a entrar en La Moncloa por la puerta trasera lo hacían por su cara bonita? Ni mucho menos: su objetivo era desalojar a Rajoy, como primer paso, y como último, acabar con el sistema, del que Sánchez forma parte sin darse cuenta. Él es sólo el instrumento de la alianza non sancta de extrema izquierda e independentistas para instaurar la Tercera República Española, olvidando cómo acabaron las otras dos: con múltiples alzamientos cantonales la una, con una guerra civil la otra. Me dirán que exagero, que hago tremendismo, que eso no puede ocurrir hoy. Hoy puede ocurrir eso y mucho más, dado el barullo de la globalización, la falta de liderazgo, la ausencia de compromiso, el relativismo instalado en la sociedad y los individuos. Aparte de que la extrema izquierda no niega su objetivo de cargarse un sistema que considera injusto, aunque no hay régimen más injusto que el comunista, mientras los nacionalistas no perdonan a Felipe VI su defensa de la nación española el 3 de octubre y, tras declararle persona non grata, disparan contra su padre. Si al santo se le adora por la peana, al Rey se le ataca por su predecesor, según la memoria no histórica, incluida en nuestros flamantes planes de estudio.
Via: Jaque a España

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