«En un incendio, los bomberos sabemos qué tenemos que hacer y qué puede pasar. En un atentado no, no hay lógica alguna», explica Rafael Álvarez, jefe de la unidad de Bomberos de Barcelona desde 1999. Ese día libraba, había quedado con un amigo y cuando le llamó su jefe por el tono de voz ya vio que se trataba de algo serio. Cuando llegó al centro, sobre las 17.15 horas, estaba todo perimetrado y se estaban evacuando a los heridos. El trabajo de los bomberos se centró en la atención a heridos y evacuación de la gente y también ayudaron en la logística de un dispositivo muy complejo. «Nuestra tarea no fue muy intensa. Tenemos intervenciones mucho más complejas, pero aquí estábamos a la espera de si acababa pasando alguna cosa más y hacía falta una extinción, excarcelación o rescate», relata a ABC. Configuración problemática «El mayor problema que tuvimos es que, por la configuración de la Rambla, trabajabamos en un tubo, con una intervención partida por un punto crítico, en el Liceo», zona donde se temía que se escondía el autor de la matanza y que había francotiradores, recuerda. El hecho de que Barcelona estuviera en el nivel 4 sobre 5 de alerta terrorista hacía que estuvieran preparados, al menos en lo teórico: habían recibido formación en AMV (Accidente con Múltiples Víctimas), que agradecieron especialmente. Sin embargo,«los bomberos no tenemos interiorizada la lógica de trabajar con gente que quiere hacer daño. Trabajamos con riesgos pero no con gente mala», comenta. Casuística aparte, para los bomberos el tipo de víctimas no distaba de las que atienden habitualmente ya que «el herido no tiene percepción de si está ante un atentado o un accidente. Lo han arrollado y ya está. Lo complicado del caso es que era muy masivo…». Rafael destaca que todos los cuerpos estaban alineados, aunque, por mucho que se hubieran preparado, «es imposible prevenir todos los escenarios». Por todo ello, tras el 17-A ha colgado en su despacho el dicho «Ningún mar en calma hizo experto a un marinero». Ese día interminable, Rafael llegó a casa pasadas las 5 de la madrugada. «A la hora de tomar decisiones y colaborar estás a tope y después tuve un bajón bestial», recuerda. A él le dejó hecho polvo la historia del niño australiano, al que su familia estuvo buscando desesperadamente y que, al cabo de unos días se confirmó que era una de las víctimas. Rafael estaba casi seguro de que era uno de los primeros cuerpos que había visto y la espera de la confirmación del trágico desenlace –la noticia se retardó por cuestión de protocolos– lo dejó muy tocado. Con todo, Rafael cree que el 17-A no ha sido su día de trabajo más complicado: estuvo en un fatal accidente en una atracción del Tibidabo, en el que murió una niña, que le dejó casi más afectado. «Miradas cómplices» Sergio Martínez, caporal de los bomberos que también trabajó el 17-A, se suma a la conversación. Muy afectado, relata la enorme impotencia inicial porque «los Mossos, haciendo su trabajo, no nos dejaban pasar. Como personal de emergencias, ves a gente herida en el suelo y cuesta estar parado». Con mucha pena, Sergio incide en que llevar a la práctica la teoría es muy difícil, como cuando tienes que dejar a una víctima, con lesiones gravísimas pero todavía con vida y consciente de todo, porque difícilmente se podrá salvar. En La Rambla eso pasó, y con familiares cerca de los heridos, desesperados y suplicando ayuda para salvar a sus allegados. Para Rafael, Sergio y cualquier de sus compañeros esos momentos son los peores del 17-A, porque «un bombero está programado para ser fuerte y ayudar a la gente y eso es demasiado duro…». Sergio también recuerda más tarde «las miradas de compañeros, cómplices, de decirnos: ‘estamos jodidos, ¿eh?’». Poco después, para él, llegó otro momento desolador: «Fuimos a por el material que había quedado en la calle. Ya era de noche, estaba todo en silencio y no sabes lo que es ver a una docena de víctimas tapadas en el suelo:una aquí, otra allá,…». El silencio de ambos bomberos lo dice todo. La manifestación contra el terrorismo, de unos días después, fue la ocasión para que muchos sacaran todo su dolor acumulado. A Sergio y Rafael les pasó. «Teníamos que bajar con una pancarta por La Rambla y de repente la gente nos hizo un pasillo y nos empezó a aplaudir. Fue impresionante. Lloramos mucho, todos. Al final, eso fue como pasar página», sentencia Rafael.
Via: «Era como trabajar en un tubo, muy complicado, con un punto crítico»

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