En tono dolorido y humilde, pero a la vez vigoroso, el Papa Francisco ha escrito este lunes «una carta al pueblo de Dios» para movilizar a todos los laicos a erradicar las «atrocidades» de abusos de menores y el ambiente de clericalismo que ha permitido a sacerdotes, obispos y cardenales encubrir esos delitos. El Papa comienza por dejar claro que el aspecto sexual es solo una parte de la malicia de los «abusos sexuales, de poder y de conciencia cometidos por un notable número de clérigos y personas consagradas». Y no lo aborda en primer lugar como pecado sino como «un crimen que genera hondas heridas de dolor e impotencia; en primer lugar, en las víctimas, pero también en sus familiares y en toda la comunidad, sean creyentes o no creyentes». La carta es un texto claro y practico, destinado a dar un vuelco a la actitud de todos los católicos, orientándolos hacia la responsabilidad personal: «Mirando hacia el pasado nunca será suficiente lo que se haga para pedir perdón y buscar reparar el daño causado. Mirando hacia el futuro nunca será poco todo lo que se haga para generar una cultura capaz de evitar que estas situaciones no solo no se repitan, sino que no encuentren espacios para ser encubiertas y perpetuarse». Aunque comienza refiriéndose al informe del gran jurado de Pensilvania, la carta abarca el problema a nivel mundial pues «con el correr del tiempo hemos conocido el dolor de muchas de las víctimas y constatamos que las heridas nunca desaparecen y nos obligan a condenar con fuerza estas atrocidades, así como a unir esfuerzos para erradicar esta cultura de muerte; las heridas ‘nunca prescriben. El dolor de estas víctimas es un gemido que clama al cielo, que llega al alma y que durante mucho tiempo fue ignorado, callado o silenciado». Ante los visibles fallos de muchas estructuras eclesiásticas, el Papa no plantea ninguna escapatoria ni ninguna disculpa sino que, «con vergüenza y arrepentimiento, como comunidad eclesial, asumimos que no supimos estar donde teníamos que estar, que no actuamos a tiempo reconociendo la magnitud y la gravedad del daño que se estaba causando en tantas vidas. Hemos descuidado y abandonado a los pequeños». En continuidad con su predecesor, Francisco escribe: «Hago mías las palabras del entonces cardenal Ratzinger cuando, en el Vía Crucis de 2005, se unió al grito de dolor de tantas víctimas y, clamando, decía: ‘¡Cuánta suciedad en la Iglesia y entre los que, por su sacerdocio, deberían estar completamente entregados a él! ¡Cuánta soberbia, cuánta autosuficiencia!’». A estas alturas, según el Papa, «la magnitud y gravedad de los acontecimientos exige asumir este hecho de manera global y comunitaria», pues «hoy nos vemos desafiados como Pueblo de Dios a asumir el dolor de nuestros hermanos vulnerados en su carne y en su espíritu». Francisco propone un cambio radical de actitud pues «si en el pasado la omisión pudo convertirse en una forma de respuesta, hoy queremos que la solidaridad, entendida en su sentido más hondo y desafiante, se convierta en nuestro modo de hacer la historia presente y futura». Concretamente, esa solidaridad, «nos exige, a su vez, denunciar todo aquello que ponga en peligro la integridad de cualquier persona. Solidaridad que reclama luchar contra todo tipo de corrupción, especialmente la espiritual». Después de reiterar el principio de «tolerancia cero», el Papa insiste en que «es necesario que cada uno de los bautizados se sienta involucrado en la transformación eclesial y social que tanto necesitamos», poniendo de su parte tanto la ayuda práctica como la espiritual. En el plano espiritual aconseja «el ejercicio penitencial de la oración y el ayuno siguiendo el mandato del Señor, que despierte nuestra conciencia, nuestra solidaridad y compromiso con una cultura del cuidado y el ‘nunca más’ a todo tipo y forma de abuso». Pero lo más novedoso es —en el plano intelectual y eclesial— su denuncia del clericalismo, que ha creado las condiciones para que el mal se encubriese y perpetuase en lugar de erradicarlo. El problema de fondo, según Francisco, es «una manera anómala de entender la autoridad en la Iglesia —tan común en muchas comunidades en las que se han dado las conductas de abuso sexual, de poder y de conciencia— como es el clericalismo, esa actitud que ‘no solo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente», como había escrito al cardenal Marc Ouellet en 2016. El Papa denuncia que «el clericalismo, favorecido sea por los propios sacerdotes como por los laicos, genera una escisión en el cuerpo eclesial que beneficia y ayuda a perpetuar muchos de los males que hoy denunciamos». Por lo tanto, «decir no al abuso, es decir enérgicamente no a cualquier forma de clericalismo». La carta de Francisco a todo el «pueblo de Dios» extiende al mundo entero algunos de las indicaciones dadas el pasado 31 de mayo en su carta «al pueblo de Dios en Chile». Era una misiva mucho más larga, pues se extiende en el modo de pasar de la «desolación» a la caridad evangélica movilizando a todos los cristianos y todas las estructuras educativas, sanitarias, sociales, etc. en un esfuerzo histórico para erradicar esos delitos. En ella les invitaba a crear «una cultura que frente al pecado genere una dinámica de arrepentimiento, misericordia y perdón», pero que, en cambio, «frente al delito, la denuncia, el juicio y la sanción».
Via: El Papa, a los católicos: «No se escatimarán esfuerzos para evitar los abusos en la Iglesia y su encubrimiento»
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