Decía García Márquez, en frase que encuentro harto hiperbólica, que «el periodismo es el oficio más bonito del mundo». Bueno, eso será si no te toca digerir un discurso de una hora de Quim Torra… Bajo el título de «Nuestro momento», el presidente catalán ofreció una esperadísima conferencia. Se anunciaba el parto de los montes, el plan concreto para alcanzar la República. Pero aquello se quedó en una homilia nacionalista (bastante plúmbea, por cierto, como refleja el que la feligresía del lacito amarillo aplaudió por vez primera cuando ya iban 18 minutos de sermón). Torra se cuidó de no anunciar medidas legales que puedan acarrearle un horizonte penal como el de sus correligionarios sediciosos, porque el separatismo ha acusado su derrota de hace un año y se tienta la ropa. Aunque España sufre hoy el hándicap de que a su presidente no votado lo sostienen PDeCAT y ERC, los indepedentistas ya saben que un Estado de la categoría del español resulta un enemigo formidable, que no se va a dejar destruir con una sonrisa, como imaginaban tontolabamente Junqueras y Puigdemont. Así que Torra ya no anuncia leyes de ruptura, ni nuevas consultas a la brava. Lo que hizo fue defender su causa –con el sobado catálogo de tópicos y embustes– e inventar nuevas manifas. Por ejemplo, habrá una que se llamará Marcha de los Derechos Civiles (plagiar un título tan honorable y legendario para aplicárselo a un proyecto xenófobo, racista y antisolidario ofende la memoria de Luther King y la causa de los negros estadounidenses). Torra también ratificó lo que todo el mundo ya sabía, menos el gran Sánchez: la oferta de un referéndum para reponer el Estatut inconstitucional no le sirve, porque él solo se conforma con la independencia. Aunque Torra no se atreve a pisar el acelerador de lo concreto, porque no quiere acabar pernoctando en un hostal del Estado, algo sí que dijo: la declaración de independencia de octubre «es nuestro punto de partida y no hemos dado ni un paso atrás ni renunciamos a nada». También anunció un «foro constituyente» y, con fervor cuasi religioso, llamó a todas las administraciones catalanas a pelear por la República. Es decir: el presidente de la Generalitat, máximo representante del Estado en Cataluña, instiga la destrucción del Estado que representa. ¿Qué nación de peso admitiría un dislate así? Solo una: España. Ya sabemos que Torra resulta bufo, con su pinta de director de sucursal bancaria de villorrio, su ensaimada Anasagasti como tocado, sus gafas de miembro del politburó de Breznev, sus versos patrioteros declamados en tono curil… Pero manda en Cataluña y anuncia abiertamente que quiere romper España. La mejor defensa es un buen ataque y un 155 inmediato sería lo más terapéutico para los intereses españoles. Pero con un presidente en La Moncloa que es rehén de Torra no es posible. Tampoco con un centro derecha absurdamente roto en dos partidos, uno de ellos coyuntural y que debería tener la generosidad de irse integrando en la casa grande.
Via: Al final, homilía

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