A veces la estrategia de los gobernantes roza lo taimado, porque las refriegas partidarias son un tanque de pirañas y no se sobrevive con la ingenuidad del Cándido de Voltaire. Pero hay dos cosas que un mandatario no puede permitirse jamás, o que no deben ser aceptadas en una democracia. La primera es mentir al pueblo. La segunda es tomarlo directamente por imbécil. Pues bien, Sánchez y sus ministros hacen doblete: faltan a la verdad con una reiteración y desparpajo inéditos e insultan la inteligencia de los ciudadanos casi a diario. El último ejemplo de que el Gobierno toma a los españoles por una recua de acémilas es su intento de sofocar los fuegos de Sánchez denunciando un «acoso» al presidente. Las ruedas de prensa tras el Consejo de Ministros están cobrando un sesgo tragicómico. Acabarán abriendo los cines los viernes por las mañanas para que podamos disfrutar del espectáculo de Celaá en pantalla grande, con un tanque de palomitas y una coca-cola. Anteayer no defraudó. Con el rostro transido de una madonna afligida, inició su comparecencia con una regañina inadmisible a los medios y a la oposición. Alertó sobre una «cacería» contra el Gobierno digno, feminista, exhumador y de progreso; y repitió lo que ya había dicho la vicepresidenta Calvo: la prensa debe ser controlada para proteger a nuestro líder carismático. En cuanto a la oposición, acusó a PP y Ciudadanos de impulsar «una campaña de acoso al Gobierno incompatible con la democracia». Ante unas declaraciones así, caben dos alternativas: regalarle a Celaá una caja de «Memorín Complex», o recordarle lo que ha pasado en los últimos tres años. El resumen es sencillo: el país estuvo diez meses sin Gobierno debido al bloqueo de un narcisista, que había perdido las elecciones por goleada -90 escaños frente a los 123 del ganador-, pero que tenía un ego tan hipertrofiado que se empeñó en que le tocaba gobernar a él. Tan peregrina idea fue apoyada por el oportunista Rivera, que en febrero de 2016 cerró un acuerdo de investidura para hacer presidente al mismo Sánchez que hoy pone a parir. Pero aquello no salió. Al final, debido al odio obsesivo de Sánchez hacia el PP, resumido en su machacón ¡no es no, señor Rajoy!, hubo que repetir elecciones en junio de 2016. Rajoy sumó 14 escaños más, porque los españoles estaban enojados con el cerril bloqueo de Sánchez, y el PSOE perdió cinco, quedándose en sus magros 85 diputados. ¿Cacerías? Pese a tan definitiva toña, Sánchez no se apeó de la burra. Simplemente retocó su axioma: «No sigue siendo no, señor Rajoy». La gobernabilidad de España solo se desbloqueó porque González y Susana Díaz tuvieron un gesto de patriotismo elemental y sacaron a Sánchez con fórceps de Ferraz, temerosos de que acabase pactando con los golpistas catalanes (como así ha sido). El político que durante 314 días hizo a España rehén de su ego, el que insultaba a su oponente llamándolo «deshonesto», acusa ahora a medios y oposición de saña intolerable. El registrador más famoso de Santa Pola debe estar echándose unas buenas risas…
Via: Cuando no era no

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