Desde 1981, Woody Allen, un joven de 83 años, venía despachando una película por año. Tal fertilidad nos hacía felices a sus admiradores. A veces caían obras maestras, como «Delitos y faltas» o «Match point»; otras veces, faenas de aliño, como «Scoop»; o auténticos truños, como «Vicky Cristina Barcelona». Pero incluso en sus patinazos aparecía alguna pepita de oro en medio de la quincalla. Woody no ha estrenado este año. No hay productor en el mundo que se atreva a financiarlo. Su hijastra lo ha acusado de abusos, algo desestimado hace ya veinte años, cuando su ex mujer Mia Farrow denunció el caso ante los servicios de seguridad infantil de Nueva York. Esta vez no ha se ha registrado una denuncia formal. A rebufo del MeToo han bastado unas palabras para liquidar su honra y carrera. El movimiento MeToo supuso un aldabonazo necesario, porque en algunos ámbitos laborales pululaban impunemente el baboseo y el acoso contra las mujeres. Pero lo que nació como una denuncia oportuna se ha sacado de quicio y está aniquilando un pilar de nuestra civilización, la presunción de inocencia. Ayer me contaron un ejemplo flagrante: Irina Pinheiro es una competente actriz orensana de 40 años, con una interesante vis creativa. En 2017 fue contratada en un programa de entretenimiento de la Televisión de Galicia, un espacio de variedades de corte cómico llamado «Con amor y compañía». Al cabo de unos meses, Pinheiro denunció en un juzgado de guardia un grave y reiterado acoso por parte del productor del programa, autor de supuestos tocamientos, insinuaciones sexuales y humillaciones públicas. El productor, un veterano con dos décadas de oficio, se convirtió de inmediato en un apestado. Perdió su empleo, TVG se apresuró a «suspender cautelarmente» toda relación profesional con él y las asociaciones de actores gallegos y españoles emitieron enérgicos comunicados condenatorios. El caso fue ampliamente destacado por la prensa «progresista». El pasado septiembre llegó el fallo judicial, firmado por una magistrada. ¡Oh asombro! La jueza concluye que «no existe ningún indicio de delito de acoso sexual o trato vejatorio». Los testigos desmintieron ante el tribunal la versión de la actriz. Por ejemplo: la intérprete denunció que el productor le había tocado un pecho en el plató introduciendo su mano a través del escote de ella, pero la juez explica que en realidad el acusado ni siquiera se acercó a la actriz en la acción descrita; quien se aproximó a ella fue el técnico sonido, y solo para sujetarle el micrófono en su camisa. El productor estuvo un año sin trabajar y se convirtió en un paria social. La noticia de la absolución apenas ha sido ninguneada por la prensa que destacó con énfasis la denuncia. La actriz continúa fabulando y ahora asegura que el productor compró a los testigos de la vista. También ha iniciado una campaña contra «la violencia obstétrica» de los hospitales contra las parturientas. Por su parte, algunas ultrafeministas la apoyan bajo el lema «yo sí te creo» y sostienen que nada importa la sentencia, que ella es mujer, y por lo tanto la razón la acompaña. ¿Se nos está yendo la pinza? Muy probablemente.
Via: Woody no rueda
Spanish News
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