El cambio en Andalucía no consiste, o no sólo, en desalojar a los socialistas del poder que han ocupado durante los últimos 37 años. Ése es sólo un trámite, un paso necesario, aunque nadie debe olvidar que estaban ahí porque ganaban las elecciones, no por ningún designio inevitable o mágico. Pero aunque Pedro Sánchez convirtiese el «no-es-no» en una doctrina o en un relato, el objetivo de la política es algo mucho más complejo y más difícil que echar al adversario. Eso es de mediocres, de sectarios, de resentidos, de dogmáticos. La política es un proyecto, una aspiración de construir algo, y un plan de acción para llevarlo a cabo. Quien crea que basta con sacar al PSOE de las instituciones estará equivocado; de lo que se trata es sacar a la comunidad del marasmo. De normalizar la alternancia sin ningún efecto dramático y de demostrar que la autonomía no está al servicio de un partido sino de los ciudadanos. De refutar la idea del providencialismo bienhechor de un régimen de padrinazgo y sustituirla por la del esfuerzo y la responsabilidad individual en el éxito o en el fracaso. Lo que el centro-derecha tiene que desmontar es la asentada convicción de que el bienestar lo concede un Gobierno proveedor por simple imposición de manos. En la medida en que al menos lo intente se verá si el relevo en la Junta significa de veras algo distinto. La decepción estará en no probarlo más que en no conseguirlo, en conformarse con sustituir los cargos y seguir gestionando el inmenso aparato administrativo. De los futuros nuevos gobernantes se espera que destierren la corrupción encastrada en los pliegues del clientelismo y que traigan de oficio la voluntad de trabajar con mayor transparencia y métodos más limpios; pero también que inyecten en la sociedad una dosis de esperanza y de dinamismo sin acomodarse en la galbana y los vicios que ellos mismos han combatido. Y ese clima diferente lo tienen que implantar desde el principio, con determinación y brío, antes de que los andaluces se pregunten para qué han venido. Ser distinto significa no hacer lo mismo. El cambio exige medidas rápidas. La coalición liberal-conservadora va a estar desde el primer momento bajo el foco de todas las miradas por lo que tiene de posible ensayo a gran escala, de eventual experimento de la gobernación de España. Se va a enfrentar, en el Parlamento y en la calle, a una oposición enconada con gran capacidad de movilización y enorme fuerza propagandística y mediática. Si quieren ser respetados, los nuevos dirigentes tendrán que demostrar muy pronto quién manda, sin titubear ni pedir permiso para desempeñar la tarea que se han echado voluntariamente a la espalda. Se pueden equivocar, pero no dar de entrada una impresión apocada ni confundida ni timorata. La expectativa es inmensa y requiere decisiones bizarras. Les está permitido el error, pero no la ineficacia.
Via: El reto del cambio

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