Aunque le obsesionara Moby Dick, Eduardo Arroyo no fue un lobo de mar. Más bien un Quijote de tierra adentro y un urbanita callejero, siempre a medio camino entre Madrid y París, que buscaba también el retiro en los montes de León antes que en las costas o los puertos. Pero el destino es juguetón y su última firma la estampó en un cuadro que quiso titular El buque fantasma. En él, un submarino torpón y con ruedas se sumerge entre un mar de máscaras que evocan a uno de sus alter ego, Fantômas, escoltado por dos caballitos marinos que sonríen como dragones poseídos por el diablo.Seguir leyendo.
Via: El último cuadro de Eduardo Arroyo
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