Menos de un mes después de llegar a la Casa Blanca, Donald Trump recibió en su despacho a Lilian Tintori, esposa de Leopoldo López. Tras escuchar sobre la crisis política y humanitaria en Venezuela, el presidente decidió que acabar con el régimen de Nicolás Maduro sería una de sus prioridades en política exterior. A Tintori la acompañaba el senador republicano Marco Rubio, que desde entonces se convirtió en el principal asesor de Trump en todo lo relativo a Venezuela. Trump pidió en varias ocasiones a lo largo de 2017 planes de intervención militar, fuera en solitario o en una coalición con aliados como Colombia. La respuesta del estado mayor siempre fue la misma: poco recomendable y de resultado incierto. El presidente, sin embargo, insistió. Cuando en mayo recibió al entonces presidente colombiano, Juan Manuel Santos, Trump declaró que EE.UU. debía hacer algo porque Venezuela “padece un problema horrible”. Para el círculo más cercano del presidente su insistencia con Venezuela representaba también un problema. Él mismo había proclamado que iba a retirar a EE.UU. de largas y costosas guerras como la de Afganistán. Incluso, como gesto de buena voluntad, la petrolera estatal del régimen, Pdvsa, había donado a través de la filial norteamericana Citgo medio millón de dólares para los fastos de la toma de posesión de Trump. ¿Por qué abordar ahora un problema que ignoraron tanto Obama como Bush hijo? Hubo una razón de peso para que durante el primer año de gobierno de Trump EE.UU. no se inmiscuyera de pleno en el cambio de régimen en Venezuela. Dos piezas clave del gabinete del presidente, el consejero de seguridad nacional H.R. McMaster y el ministro de Exteriores Rex Tillerson, lo impidieron a toda costa. Tillerson había sido consejero delegado de la petrolera Exxon Mobile entre 2006 y 2016 y temía por los efectos que azuzar el avispero venezolano tendría para el precio del crudo. De momento, el cambio en Venezuela quedó en la recámara, a pesar de que, cuando podía, Trump improvisaba en sus discursos sobre el tema. En al menos una decena de ocasiones endureció el tono, calificando la situación de infernal y anticipando un cambio. Finalmente, una de esas sacudidas de personal que tanto le gustan al presidente permitió que los astros se alinearan para la oposición venezolana. En marzo de hace un año Trump despidió a McMaster y se trajo de consejero de Seguridad Nacional a John Bolton, un halcón en política exterior muy versado en América Latina. Un mes después se deshizo de Tillerson y lo sustituyó por Mike Pompeo, hasta entonces director de la CIA. A ambos les dijo que quería resultados en Venezuela. La historia laboral de ambas personas explica el camino elegido. Pompeo sabia muy bien qué activos tenía la CIA en Venezuela y podía obtener información fiable de fuentes válidas. Bolton había sido embajador en la ONU en los años de Bush y era experto en los vericuetos de la diplomacia y la legislación internacional. Ambos, a los que se unió Rubio, decidieron que lo mejor sería que el cambio en Venezuela viniera desde dentro, que fueran los propios militares venezolanos los que derribaran el régimen de Maduro con el respaldo de EE.UU. En diciembre del año pasado, un joven diputado opositor visitó Washington y se reunió con Rubio y algunos altos funcionarios norteamericanos. Se trataba de Juan Guaidó, que les explicó su intención de asumir la presidencia de la Asamblea Nacional, la cámara legislativa, y la posibilidad de declarar la presidencia vacante por fraude electoral. La constitución venezolana contemplaba que si el presidente, en este caso Maduro, desistía de sus funciones, el presidente de la Asamblea Nacional se debía proclamar presidente encargado en situación interina hasta que hubiera elecciones. Cuando Guaidó cumplió la promesa, el 23 de enero, en quince minutos la Casa Blanca publicó un comunicado apoyándole e instando a los militares a hacer lo mismo para favorecer una transición a la democracia en Venezuela. Desde entonces el objetivo siempre ha sido un pronunciamiento militar para acabar con Maduro. Públicamente, la Casa Blanca ha endurecido sus sanciones contra el régimen y hasta ha dictado un embargo sobre el crudo venezolano. De forma mucho más discreta, altos funcionarios norteamericanos han llamado personalmente a generales venezolanos instándoles a reconocer a Guaidó para preservar su patrimonio, proteger a sus familias y evitar la cárcel. El propio Bolton llegó a llamar directamente al general Vladímir Padrino recomendándole que le de la espalda a Maduro. Además de la asfixia económica y la presión sobre los militares, Trump ha logrado el reconocimiento de 54 países al nuevo gobierno interino venezolano y el compromiso de Colombia y Brasil de que apoyarán a EE.UU. en lo que considere necesario para consolidar el cambio.
Via: Cómo Trump ha maniobrado para facilitar el pronunciamiento en Venezuela

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