Las elecciones generales han permitido comprobar el éxito y fracaso de la estrategia electoral de cada uno de los principales partidos, pero las municipales, autonómicas y europeas, más allá de configurarse como una «segunda vuelta», forzarán necesariamente a todos los partidos a corregir errores y reconducir sus campañas. Todos los partidos van a verse obligados a alterar sobre la marcha relevantes aspectos tácticos porque parte del electorado, calculada en hasta un 30 por ciento, a menudo vota en clave distinta a su alcalde o a su presidente autonómico, que al candidato a la presidencia del Gobierno. El riesgo latente del «efecto Andalucía» para la izquierda Previsiblemente, el PSOE y Ciudadanos modificarán aspectos de su estrategia para no morir de éxito prematuro con el resultado de las generales. El PP ya ha anunciado una moderación de su discurso con un forzoso giro al centro por puro instinto de supervivencia, y directamente ha fulminado al que hasta ahora ha sido su responsable de campaña, Javier Maroto; Podemos modulará su discurso para calibrar el alcance de su fractura en la izquierda radical y su cisma interno en los ayuntamientos, que son el único ámbito de poder donde ha conseguido fraguar presencia institucional; y Vox deberá asumir el error de creerse la entelequia sobredimensionada en la que ha vivido durante las últimas semanas, y adaptarse sin falsos complejos de superioridad moral a la realidad electoral de España. Las sumas son las que son, y no las que emergen en redes sociales para condicionar sentimientos y emociones del votante. Todos los partidos son conscientes de que las elecciones del 26-M pueden no ser una reedición del 28-A, que puede producirse un efecto corrector en dos millones de votantes del centro-derecha, y que la misma ley D´Hondt que ha beneficiado al PSOE por la fragmentación de PP, Ciudadanos y Vox puede revalidar un «efecto Andalucía» en comunidades como Extremadura, Castilla-La Mancha y Aragón, y convertir en un contradictorio espejismo el triunfo socialista de abril. No es lo mismo que una provincia reparta tres o cinco escaños en unas elecciones generales, a que esa misma provincia reparta ocho o doce en unas autonómicas, porque la pauta de proporcionalidad electoral puede alterar sensiblemente el panorama en perjuicio de la izquierda. Temor entre barones del PSOE a una euforia desmedida Los resultados de las elecciones generales y en la Comunidad Valenciana han sido muy satisfactorios para el PSOE. Más que por el triunfo incontestable de Pedro Sánchez, por la inhabilitación mutua que la derecha ha hecho de sí misma. Sin embargo, el antecedente de Andalucía sigue siendo una preocupación en autonomías gobernadas por el PSOE por la mínima. Una euforia desmedida en el electorado socialista puede conducir a una desmovilización. Y emerge además la percepción de que el veto personal impuesto por Albert Rivera a Pedro Sánchez, y a todo el PSOE, puede extenderse al ámbito autonómico. Ciudadanos puede no ser ya la bisagra que negocie con PP o con PSOE presidencias autonómicas a capricho y conveniencia, sino el partido que supere a los populares y pacte con ellos sus primeras presidencias. A día de hoy, Ciudadanos ya ha superado al PP en Andalucía o Madrid. Para el PSOE puede convertirse en un verdadero hándicap cerrar hoy pactos con Ciudadanos, tal y como sí ocurrió hace cuatro años, porque en caso de que el partido de Rivera tuviese más votos que el de Pablo Casado, cerrar acuerdos de gobernabilidad con los socialistas podría suponerle un suicidio político a futuro. El PP, catatónico y bajo el síndrome del último penalti El PP concurrirá a las urnas bajo el estigma de su derrota más humillante, y con el síndrome del lanzador del penalti defini tivo tras una prórroga agónica. Nada será cómodo en la campaña desesperada de un PP que no ha resultado convincente en su conquista del votante huido al centro y a la derecha radical. Casado concurre a las urnas acosado por las vendettas internas de su partido, amenazado por el riesgo de una dimisión forzada en un congreso extraordinario en julio, y aquejado por la percepción social de que vive bajo el estigma del ultimátum. Su única esperanza a tres semanas vista de las nuevas urnas es que el voto de Vox se convierta en un «voto arrepentido». Cómo pedirlo, cómo recuperarlo, cómo expresar confianza bajo la losa de una derrota tan contundente, será su dilema. Sensu contrario, el PP puede beneficiarse del victimismo que ha generado en los últimos días y del retorno al realismo de un determinado perfil de votante de la derecha que ahora sí crea estar beneficiando a la izquierda porque su voto es fallido. Aun así, el PP no lo tendrá fácil porque el empuje anímico de Ciudadanos no es artificial, porque orgánicamente es un partido muy fracturado, y porque la elección de algunos cabezas de lista en autonomías y ayuntamientos ha generado enorme desconfianza en la militancia del PP. La sombra del «milagro andaluz» emerge como una esperanza, pero también la amenaza de tener que conceder a Ciudadanos sus primeras autonomías con tal de que no las gobierne el PSOE con Podemos. El mensaje dado a Casado y al muy cuestionado Teodoro García Egea por Alberto Núñez Feijóo y la inmensa mayoría de dirigentes regionales ha sido simple: cambiar la estridencia por la solvencia en un partido derrumbado. Ciudadanos, obligado a susperar su escasa implantación municipal Ciudadanos partirá en esta campaña con el riesgo de infravalorar el mal de altura. Igual que en el PSOE, la euforia puede derivar en un hándicap para «morir de éxito». Su implantación autonómica y municipal aún es escasa en comparación con su imagen de partido nacional. Su fortaleza será la inercia emocional de haberse situado a 200.000 votos del PP en las elecciones generales, y la tentación de ejercer como virtual líder de la oposición. No entrará al trapo de las críticas del PP porque ese es su objetivo: ningunear a Casado. Pero el poder local y autonómico del PP aún es muy potente y Cs…
Via: Del 28-A al 26-M
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