El séptimo testigo de la jornada es un payaso profesional. Se presenta ante el tribunal vestido como si el Supremo fuera un circo de pueblo. Avanza hacia el centro del salón de plenos acompañado de un señor bajito con cara triste revestido con una toga que le queda larga. Se trata de un abogado de verdad, pero parece carablanca o pierrot, el típico payaso serio que sirve de contrapunto al augusto, el de la nariz roja postiza. Y, efectivamente, el séptimo testigo, Jordi Pesarrodona —imputado por desobediencia en un juzgado de Barcelona y de ahí la presencia de su abogado— trae una nariz escondida en el bolsillo del pantalón por si se presenta la ocasión de ponérsela delante del tribunal. El juez Manuel Marchena se percata del asunto y le llama la atención:Seguir leyendo.
Via: Marchena tenía un límite
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