Ni héroes ni heroínas ni Trono de Hierro. Juego de tronos se resolvió de un modo salomónico, con un colorín colorado tan justo y razonable, tan irreprochable, como falto de nervio. Bran Stark, el tullido de Invernalia, el hombre que se quedó vacío para albergar todos los relatos, el misterioso Cuervo de Tres Ojos que todo lo ve y todo lo sabe, acabó convirtiendo en trono su sencilla silla de ruedas. La rueda, ese oráculo cargado de simbología dentro (el mantra de Daenerys era romperla) y fuera de la serie era la respuesta. En una secuencia dispuesta de forma teatral, con un discurso dirigido a los oídos de un universal patio de butacas, Tyrion, ese poderoso bufón con el don de la palabra, dictó sentencia: “¿Qué une a la gente? ¿El oro? ¿Los ejércitos? ¿Las banderas? Las historias. No hay nada más poderoso en el mundo que una buena historia. Nadie puede detenerla, ningún enemigo vencerla. ¿Y quién posee historias mejores que Bran El Tullido?… El chico que como no podía andar aprendió a volar”. Bufones y trovadores, sabios y lectores, Scheherezades, vuestro es el mundo, invocó sin decirlo el enano parlanchín. ¿Qué quién es el Rey de Juego de tronos? Pues el propio Juego de tronos.Seguir leyendo.
Via: Final de ‘Juego de tronos’: Núremberg para dragones

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