El cine de esos gemelos belgas llamados Jean-Pierre y Luc Dardenne siempre ha preferido la realidad a la ficción, habla de seres reconocibles en situaciones que les acercan a la marginalidad o a seres perseguidos por la ley, personas a las que le ha tocado la peor parte en el país donde reside el Parlamento Europeo. A estos directores no les interesa el glamur, prefieren el naturalismo, no recuerdo que exista un mínimo sentido del humor en sus películas, practican un verismo que puede resultarnos muy incómodo, casi siempre utilizan a intérpretes desconocidos o a gente de la calle, su forma de rodar es austera, están convencidos de que el cine puede ser un instrumento de denuncia, se erigen en altavoz de los perdedores cotidianos. No me suelen apasionar, pero respeto lo que hacen, poseen conciencia social y honestidad. Quiero pensar que todavía disponen de cierto público en medio de la crisis irretornable que atraviesan las salas de cine. Pero la factura y el mensaje de sus películas no facilita su supervivencia en el mercado actual. Lo tienen tan crudo como sus personajes. En los festivales siempre han sido bien acogidos y también premiados. Y Cannes les prodiga un mimo especial desde que hace 20 años ganaran la Palma de Oro con Rosetta.Seguir leyendo.
Via: Qué miedo el niño fanatizado de los Dardenne

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