Ana es una madre que habla con gran orgullo de sus dos hijos. Dos niños con dos trayectorias vitales bien distintas. El mayor hoy tiene 14 años, saca muy buenas notas, es muy deportista y sociable, y actualmente está en el extranjero estudiando un año académico en inglés. Ana recuerda cómo Pablo, tres años menor que su hermano, fue un bebé especialmente tranquilo. Me daba muchas alegrías, incluso cuando le llevé a su guardería enseguida su profesora me dijo con asombro que le llamaba la atención lo bien que hacía los trazos y cómo pintaba. Pensé: “¡qué bien que pinta mi niño!”. Y no le di la menor importancia». Cuando Pablo empezó el curso en un colegio público era el mayor de la clase con una diferencia de casi un año porque nació en el mes de febrero. A las pocas semanas de empezar las clases, Ana recibió un mensaje de la tutora y directora del colegio diciéndole que el niño era muy problemático: interrumpía en clase, perdía los nervios, daba patadas… «Como su profesora no se hacía con él, recurría al bedel para que le sacara del aula, de donde salía arrastras porque el niño se resistía a irse. Siempre que se portaba mal —apunta su madre— le dejaban en una clase aislado porque “era peligroso” por dar patadas. También le dejaban allí a la hora de comer por portarse mal en el comedor». «Ha pasado un buen día, ¿le estáis medicando?» Un día que su padre fue a buscarle al colegio, el bedel le dijo: «hoy el niño ha pasado un buen día, ¿ya le estáis medicando?». Este padre no salía de su asombro cuando se lo contaba a Ana al llegar a casa. Decidieron ir a hablar con la directora y Ana le mostró su preocupación y sus dudas sobre si era bueno aislarlo de esa manera «¡solo tiene 3 años!», y si habría alguna otra fórmula de reconducir su conducta. «Me dijeron que no, que eran las medidas que ellos tenían pautadas y que no se ponían en duda. Añadió que las aplicaban porque nosotros como padres no sabíamos poner reglas y límites en casa». Estos padres estaban cada día más preocupados por el comportamiento de su hijo. «Pensábamos que no se había adaptado bien al colegio y que realmente era un niño malo por lo que hacía en clase. Nos culpaban de no saber educarle, de decir palabrotas delante de él y que las repitiera en clase…, cosas que no eran ciertas. Decidí ir al departamento de Orientación del colegio, pero la directora dijo que era el propio centro el que decidía qué alumnos necesitaban este servicio de la Comunidad de Madrid. Me paró los pies», asegura esta madre. Meses más tarde, «me enteré que no era verdad y que los padres podemos acceder a Orientación cuando lo creamos necesario». De esta forma, estos padres buscaron el centro que le correspondía y, tan solo tres días más tarde, la orientadora les dijo que iría al centro a conocer al niño. Estuvo con él y dio pautas al colegio, entre las que eliminó la de aislarle. «La directora se enfadó conmigo, me envió un correo en el que me decía que yo ponía en duda sus métodos y que deberíamos plantearnos cómo le educábamos en casa. Mientras, —prosigue—, al niño le hicieron unas pruebas sencillas y resultó que tenía un Cociente Intelectual de 124 —por encima de 130 se constata como alta capacidad—. La orientadora nos dijo que por la edad (4 años) este dato solo era orientativo y que hasta pasados los diez años no suelen ser definitivos. Además, no le había hecho los test completos. Me comentó que Pablo aún era muy pequeño, pero que habría que estar atentos a este tema, aunque lo importante en ese momento era centrarse en los problemas de conducta. Nos pareció bien. Ella era la especialista». «¡No podíamos dar crédito!» Pablo terminó el curso más o menos bien. Sin embargo, comenzó el siguiente con la etiqueta de «el niño malo». «Tanto es así que un padre le dijo a mi marido que dejara de pegarme para que mi hijo no lo viera y así no pegara en clase. ¡No podíamos dar crédito! La gente no tiene pudor en inventarse situaciones, no sabe lo que hay en cada casa y se atreven a dar rienda suelta a su imaginación. Mi marido me dijo “¿qué hago?, ¿monto un follón y entonces parecerá que sí que soy violento, que es lo que a ellos les gustaría ver, o me voy con la cabeza agachada? Optó por lo último con gran rabia porque, además, nuestros hijos estaban delante y escucharon lo que dijo aquel padre». En esta etapa, Pablo empezó a acudir a terapia congnitivo-conductual. «Pasó por varios psicólogos y terapeutas hasta que hace tres años dimos con la terapia que le está haciendo avanzar. El proceso es lento, pero cuando consiguen crear una buena relación con el psicólogo supone un avance muy importante para estos niños». «Pienso en mi suerte con mis superiores, pero también en todas esas madres que tienen hijos con problemas y no disponen de esta flexibilidad en sus trabajo porque, realmente, se pasa muy, muy mal» Esta madre reconoce que ha tenido que acudir a muchas reuniones, tutorías, pasar horas de espera para que la atiendan en Orientación, en Inspección… «Tengo que agradecer a mis jefes que me permitieran hacer este tipo de gestiones e, incluso, que me marchara corriendo del trabajo porque me llamaban del colegio para que fuera inmediatamente a buscar a mi hijo que había sido expulsado. Pienso en mi suerte con mis superiores, pero también en todas esas madres que tienen hijos con problemas y no disponen de esta flexibilidad en sus trabajo porque, realmente, se pasa muy, muy mal». Cuando Ana consiguió una cita con el inspector de Educación de la Comunidad de Madrid, este profesional le dijo que lo que tenía que hacer era replantearse su vida laboral «porque mi hijo lo que necesitaba era…
Via: La odisea de una mujer para demostrar que no es la peor madre del mundo
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