Un nuevo Berlín occidental

El mito de la ciudad que no se rinde se ha vuelto a reencarnar. Esta vez, en Hong Kong. Dentro del pulso por la libertad y la democracia que protagoniza el gran centro financiero de Asia, cientos de manifestantes han conseguido asaltar y vandalizar la sede legislativa de la ciudad con vistas al puerto. Una vez más, la Policía local ha tenido que emplear la fuerza por ahora no letal para restaurar el orden en esta isla de resistencia ante el inmenso mar autoritario de China. Se trata del mayor reto de Hong Kong a la autoridad del régimen comunista de Pekín desde que el que territorio fuera devuelto hace 22 años por el Reino Unido a la República Popular de China. Además, toda esta escalada de contestación al régimen comunista resulta cada vez más imparable pese a los temores siempre presentes en Hong Kong a que Pekín opte por una salvaje represión militar al estilo de la masacre de Tiananmen de 1989. Mientras tanto, Hong Kong con su rebeldía se está convirtiendo en incómodo reducto liberal frente a un gobierno cada vez más autoritario como el de China. Con una población, empezando por los más jóvenes radicalizados, que ya no se cree el compromiso de «un país, dos sistemas» utilizado para facilitar el handover de 1997 con la supuesta garantía de medio siglo de «un alto nivel» de autogobierno y la elección democrática del Ejecutivo hongkonés. La historia con trascendencia universal –al menos desde la revolución americana de 1775– demuestra que cuando se prueba un poco de autonomía y algunas libertades civiles, es muy difícil volver atrás sin el uso de la fuerza. La China de Xi Jinping tiene muy poco, más bien nada, que ofrecer a Hong Kong con su mezcla de capitalismo mercantilista y corrupto en lo económico, autoritarismo en lo político y nacionalismo en lo ideológico. Parafraseando al presidente Kennedy en 1963, Ich bin hong kong, los que no entiendan esta reacción contra el régimen comunista de China que vengan a este nuevo Berlín Occidental.
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